Preguntas que juegan en vaivén constantemente,
saltando, cantando y lastimando.
¿Dónde están esos que decían cosas al alba
para proteger mi ser?
¿A dónde fueron aquellos que se regocijaban
en mis alegrías y morían en mis penas?
Yo abandoné a algunos,
y algunos me desertaron.
Ya nada parece ser de la misma manera,
pues la existencia entera no es como era.
Voces lejanas que no se acercan,
fantasmas que acompañan a mi alma en pena.
Vagando y buscando sin hallar lo jamás encontrado,
heridas sangrando que jamás han sanado.
Se calman mis demonios al amanecer de la aurora,
pero se alteran al ocaso y hacen mi noche más negra.
Con el corazón roto en la mano,
ya no distingo el manto del sepulcro de las sábanas de mi cama.
Y no hay remanso alguno que acalle mis fieras internas,
pues vivo en el patíbulo por mis pecados sin consciencia.
En el crepúsculo se pudre mi diario teatro,
cuando mis sonrisas de plástico son reemplazadas por llanto amargo.
Se languidece este cuerpo que parece a veces tan pequeño,
como pieza de cristal frágil de tanto tormento.
Si me aventuro a la vida, me siento ajena
como ceniza de muerto esparcida en la arena.
No logro hilar el día con la noche,
no logro romper mis cadenas...
Estoy hecha de sombras, agüa de lluvia y frío eterno;
soy como la Diosa desatada que llora su pena.
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