Y todo partió con una pequeña molestia en la cabeza. No había caso; por más que lo intentara la molestia no se iba. Pasaron los días, y perdida entre sus libros y la pena del luto que a pesar de los casi 2 años recién comenzaba, sintió que ya no sólo le aquejaba la cabeza; ahora también el corazón. Ni siquiera una tregua, un pequeño respiro, nada. De vuelta a la batalla, de vuelta al cuestionamiento; de vuelta a la duda y la desesperanza. Nadie lo sabía, nadie en verdad supo alguna vez lo que pasaba con ella. Era imposible penetrar el concreto de su silencio. Siendo una mujer tan dura, su fragilidad era casi surrealista. Pero a pesar de todo existía, el problema era que nadie la veía. Y allí estaba, tan dulce y delicada como siempre; tan fría y dura como nunca. Pasaban los días, y el corazón le dolía aun más y más, a veces tanto, que no podía respirar. A pesar de todo terminó el año, nunca supo cómo, pero lo terminó. Llegó uno nuevo, pero no tuvo un buen comienzo; no tuvo un buen cumpleaños, no tuvo unas buenas vacaciones. En definitiva, no tuvo un buen verano. ¿Era acaso posible que las cosas empeoraran? A pesar de su pesimismo, no tenía idea. Pero llegó a un mes de marzo que sin darse cuenta la hundió en lo más profundo de su miseria. Otra pérdida, esa que la dejaba flotando en la nada.
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