Se hace casi imposible llegar al último día del 2011, sin hacer un balance del año. Es decir ¿a quién no lo embargan la melancolía y la esperanza? Creo que son sentimientos inherentes a estas fechas, imposibles de dejar a un lado. Y yo no estoy ajena a toda la vorágine tan final de los últimos días de diciembre; por el contrario, me dejo llevar totalmente por ella. Este año no fue uno bueno, quizás haya sido uno de los más negros que me ha tocado vivir. Perdí a alguien muy importante, que se sumó dolorosa y estrepitosamente al luto aún no asumido de haber perdido al hombre más importante de mi vida. Me dejé consumir por todo lo malo como nunca antes; mis fuerzas me abandonaron por completo y no fui capaz de seguir. Escuchaba a mi familia, escuchaba a mis amigos, pero la verdad es que no oía una sola palabra de lo que me decían. Mi salud decayó mucho, y mis diganósticos médicos no fueron muy alentadores; la verdad es que aún no lo son. Pero fue pasando el tiempo, el ánimo cambió y pensé (o más bien me obligué a hacerlo) que todo estaba mejorando. Sin embargo, me engañé a mi misma, pues no fue así. Después del dolor, vino la etapa de los errores. Uno tras otro; quizás fueron tantos como el año anterior. Y lo peor de todo fue que no me daba cuenta. Mi carácter es difícil; nunca he sido una mujer muy amable, muy simpática, muy tierna, muy sociable... más bien soy huraña, con un sarcasmo que simplemente se me escapa en ocasiones de los límites y con un humor quizás demasiado negro. Entre tanta cosa mala, olvidé mi empatía. No pensé que le podía estar haciendo daño a mi gente, cosa que estaba sucediendo. Pero más temprano que tarde, las nubes tienen que disiparse. No quiero seguir siendo un molestia, y mucho menos quiero seguir perdiendo yo misma la paciencia para conmigo. Hay cosas que no cambiarán; cuando un árbol crece chueco, no se va a enderezar. Pero a pesar de mi tronco doblado, en mis ramas hay brotes verdes que ya no quiero secar. Simpática quizás no sea, pero sí relajada... ¡y cómo extraño ese aspecto de mí!. No quiero olvidar por completo que a pesar de todo sí soy amable, pues puede que no me importe el resto, pero sí me importa mi gente y con ellos solía ser considerada, solía ser simpática, solía ser a veces un tanto amorosa... y no, no quiero olvidarlo hasta que llegue un punto en que ya no pueda recordarlo. He tenido tantas caídas feas en mi vida, pero a pesar de todo el dolor vivido, de todo el llanto derramado, no me arrepiento de lo hecho, no cambiaría lo vivido, pues de no ser por todo aquello mi mente no se aclararía como lo está haciendo. He aprendido tantas cosas, entre ellas a valorar todo lo que tengo; mi familia y mis amigos. Aún me cuestan algunas cosas, pero eso es harina de otro costal.
Y no puedo terminar de escribir, sin desear lo mejor a quienes me rodean. No somos perfectos, todos lo sabemos, pero aún así nos acompañamos y tratamos de estar ahí para nosotros. Ojalá que este Año Nuevo que está tan encima, sea mucho mejor que este que ya se nos va, en todo aspecto. Las mejores bendiciones de los Dioses para ustedes. No necesito nombralos uno por uno, pues ustedes, mi gente saben bien que son parte de esto. Los quiero mucho a todos y cada uno de ustedes. ¡Feliz Año Nuevo!
Y no puedo terminar de escribir, sin desear lo mejor a quienes me rodean. No somos perfectos, todos lo sabemos, pero aún así nos acompañamos y tratamos de estar ahí para nosotros. Ojalá que este Año Nuevo que está tan encima, sea mucho mejor que este que ya se nos va, en todo aspecto. Las mejores bendiciones de los Dioses para ustedes. No necesito nombralos uno por uno, pues ustedes, mi gente saben bien que son parte de esto. Los quiero mucho a todos y cada uno de ustedes. ¡Feliz Año Nuevo!