jueves, 30 de mayo de 2013

Femineidad

De un tiempo a esta parte, me ha dado vueltas repetidamente en la cabeza, la relación entre cómo se vive la femineidad y el cómo una se relaciona con su entorno. Cuando era adolescente, creía que eran temas apartes, que lo que una vivía en silencio, no tenía que ver con la forma de interactuar con el resto. Sin embargo, hoy por hoy, me doy cuenta que son dos cosas que van inevitablemente de la mano. El aceptarse como mujer, en todo lo que eso conlleva, respetarse y quererse, es de una manera u otra el proceso más liberador que se pueda sentir. A mis 25 años, miro hacia atrás, lo que fue mi pubertad, mi adolescencia, y sólo veo a una jovencita con muchas trancas, baja autoestima y con la cabeza inundada de lo que hoy la sociedad acepta como bello. En resumidas cuentas, una incipiente mujer sin ningún indicio de aceptación personal. Nunca fui especialmente atractiva, nunca fui aquella que llamara la atención en el patio o pasillos del colegio; nunca fui del gusto masculino. Más bien, era la que se sentaba en el rincón, poco sociable, de carácter fuerte y un tanto seria. Siempre tuve opinión para todo, pero mi interés iba por cultivar lo intelectual, dejando de lado lo personal. Error el mío. No me consideraba, ni me sentía bonita. En ese momento, creía que mi apariencia física era lo que me "había tocado" y mala suerte la mía. Pero ¿y qué pasa con la actitud? Nunca pensé en esa palabra, sino hasta unos cuantos años más tarde. Ya entrada en los veinte, la consciencia sobre mi apariencia, y en especial sobre mi cuerpo cambió. Comencé a sentirme mujer, sin la necesidad que un tercero me lo hiciera sentir. Comencé a valorar lo que yo sentía. En un principio, la vergüenza era casi inevitable, pero después, me di cuenta que era aún más vergonzoso el querer esconder las necesidades físicas bajo las "buenas costumbres" o "buena crianza". No hay nada malo en expresar algo que es natural para los de nuestra raza: el sexo.

Antiguamente, se suponía que una dama no hablaba de "aquellos" temas. Pero incluso hoy, es condenable socialmente el que una mujer lo haga, sin tapujos ni vergüenzas. Inmediatamente, se le tilda de algo que no es. Mojigatos. Siempre viendo la paja en el ojo ajeno. Pero a la larga, creo que son aquellos que juzgan a los hedonistas, quienes más trancas tienen con ellos mismos y prefieren levantar la alfombra, y echar el polvo debajo de ella. Pena por ellos.

Con los años, me di cuenta que la aceptación, tiene que ver con lo que yo pienso de mi, no con lo que el resto pueda llegar a pensar. Eso, es querer encajar a la fuerza. Y la importancia de aceptarse tal como una es, tiene que ver con una búsqueda de satisfacción personal, pues una vez ahí, lo que yo proyecte en los demás va a depender de mí y no de ellos. Nadie dice que sea fácil, pero el conocerse hace que una se enfrente al mundo de manera distinta; es saber lo que me gusta, cuales son mis límites, cuales son mis necesidades, cuando me siento cómoda y cuando no. Que es lo que quiero compartir, y por sobre todo con quién lo quiero compartir. Es como obtener la habitación propia de la que habla Virginia Woolf en su manifiesto. Pues, al final, las riendas de nuestras vidas, sólo podemos manejarlas nosotras. Nadie más. Todo el proceso de aceptación, puede a veces, tardar años. Pero cuando finalmente llega, es casi increíble como la gente que a una la rodea nota un cambio. Suelen verla más feliz, más atractiva, más interesante, más desenvuelta. Y sin pretender caer en la vanidad, debo reconocer que es gratificante. Cuando se está a gusto consigo misma, es fácil reconocer un cumplido de un halago, y es mucho más fácil disfrutarlo.

Alguna vez oí por ahí: "parecí perra envenená". Me pareció una frase fuerte. Pero cuando la autoestima es baja, vaya que es cierto. Nada brilla, la apariencia completa es opaca. Pero todo cambia, aunque a ratos pareciera que no. Quizás sean percepciones muy subjetivas, pero es como si la piel fuese más tersa, el cabello más sedoso, los ojos más brillantes, e incluso traviesos, ¿por qué no? Después de todo "la consciencia es la voz del alma; las pasiones, la del cuerpo."