miércoles, 27 de abril de 2011

Despedida incierta

Soy tan ajena a esta realidad que subyuga,
porque la pena me mata desde dentro,
son otros los pesares que carga mi espalda,
el llanto se condensa y mi alma se arruga.

Tan pequeña me siento cada noche,
con la sal curtiendo el cuero en mi rostro,
bebiendo ese veneno amargo de ausencia,
muriendo con la boca llena de reproche.

Necesito pronunciar ese doloroso adiós,
pero yace cobarde en estos labios;
tan pálidos, tan fríos, tan vírgenes.
¡Olvidadme pronto mundo sin Dios!

Pura pena enmarañando en mi pecho dolor,
tristeza tejida para el invierno eterno,
tierra mojada con sueños rotos,
abrigos de papel para la lluvia sin color.

Tierras yermas en donde la pena muere,
condena eterna de soledad alterna,
universo negro, atado al mortal ya eterno,
el oscuro vórtice sólo a mí me quiere.

Esta existencia mía se apaga ya sin vida;
todo es como un amanecer perdido,
como crepúsculo arraigado e infinito,
¿dónde me llevará este pasaje sólo de ida?


No, ya no hay retorno...

miércoles, 13 de abril de 2011

Casa de orates

Serviría de algo preguntar: "¿por qué a mí?". La verdad es que sería perder el tiempo en preguntas inútiles sin respuesta. Y es que cómo extraño aquellos, mis sueños de una vida idílica perdida en la inmensidad de la nada, entregada al silencio y con las letras fluyendo como torrente de agua cristalina por mis dedos. Sí, ya sé que eran anhelos de niñita ilusa que poco o nada (me inclino por la segunda) sabía de esta vida. Porque los sueños son sólo ilusiones vanas carentes de sensatez piadosa... ¡cómo quisiera no acordarme de ellos! No hay peor castigo que desear lo que no se  tiene; ya sea de carne y hueso, o mero destino. Yo que soy mujer de silencio hasta el mismo hastío, yo que soy mujer ajena al tedioso gentío, yo que soy mujer de mente volátil en un mundo perdido, yo... yo soy mujer que tiene que perecer entre ruido molesto, creación constante de la falta de consideración por el vivir ajeno. La paz ya no vive en esta coraza, sea noche o sea día, y es que todo lo bueno se ha ido... se ha llevado consigo la calma, esa que nacía de los cimientos mismos de este, hogar tan bello de antaño que solía llenarme nada más que de sonrisas y esperanzas. Gritos de locura agitan mi sueño, desbaratan una estancia tranquila y me remecen hasta el alma. Y escapar es lo único que quiero, pero ¿cómo diablos correr y dejar atrás esto que me tiene presa desde las entrañas y me encadena a la infame estancia? No soy el único ser con las alas cortadas, no soy el único Ícaro caído en desgracia... algunos de mis deseos fluyen no sólo por mi sangre, sino que también por la de ellos. Si he de aferrarme al palpitante brillo que entra por la ventana de una estrella que muere allá en alguna galaxia, podéis llamarme loca por creer en la lúgubre esperanza que tañe aún desde muy lejos, pero a decir verdad pueden llamarme como quieran, a estas alturas de la vida ¿qué más da? ¿por qué mierda me ha de importar? Tantos epítetos coleccionados, tanta blasfemia miserable y envidiosa que ya el morbo patético ese me curtió la piel. Quien no debe no teme, y es que no temo por deber... temo por esta posibilidad odiosa que acecha volando en círculos constantes como buitre, de perder la sanidad mental entre tanta locura enfermiza esparcida por este terreno yermo y abandonado a su suerte. Olvídate de una vez por todas de los lazos lejanos y los genes trastocados; sólo la mujer que con sudor y lágrimas me parió, sólo el hombre que su apellido tan digno me dio, ellos y nadie más que ellos son mi nexo a esta tierra... sólo ellos son mis ojos y sólo por ellos debo ver. Más allá de las madejas complejas e insurgentes sólo hay barullos que nada bueno dicen, sólo se pierden en rencores absurdos, en recuerdos distorsionados... no puedo permitirles que me afecten. Mi pasado tiene piel oscura, y algo dentro de toda esta pena me ha enseñado a golpe duro y arduo latigazo que no importa la sangre compartida por los siglos de este mundo, pues sólo remanece lo vivido con aquellos que por voluntad propia han caído a mi lado.

martes, 12 de abril de 2011

Cuando abro la boca soy brutalmente honesta


- ¿Qué haces? - me preguntó una voz amiga.
- Pienso acerca de mi vida - respondí.
- Eso es mucho - me dijo. Luego continuó con un poco de congoja - Hoy me sentí muy sola -
- Es triste sentirse solo, creo que nadie debería sentirse así - le dije - ¿Sabes? Contigo siento la confianza para sincerarme -

Y así comenzó lo que sería la confesión más honesta de mi vida, al menos la más honesta que alguien haya escuchado.

- Desde hace muchos años, cuando era aún una niña por diversos motivos comencé a dejar de depender afectivamente de las personas, tanto que me acostumbré perdiendo así la niña que solía ser, que era universalmente distinta de la mujer que soy ahora; me transformé en una persona fría, que no expresa sus sentimientos ni siquiera a las personas que ama con todo su ser, así al acostumbrarme yo acostumbré al resto a mi nueva forma de ser, y todos me ven como una mujer que quieren de todas formas, pero que nunca les dirá "te quiero" o les dará un abrazo porque le dio la gana, y siempre inconmovible ante las adversidades, en momentos duros todos entran en pánico, claro excepto yo, y por eso acuden a mí, porque siempre tengo la palabra precisa, que quizás a veces puede ser dura, pero que es sincera. Y no me quejo, me gusta sentir que en momentos caóticos, quienes tengo dentro me consideran importante para seguir adelante. Sin embargo en el fondo, toda esta apariencia de reina de hielo, les hace olvidar a todos, incluso a mí que después de todo soy simplemente humana, y tal vez mucho más frágil de lo que piensan. Pero sucede que me aterra admitir que hay días en que necesito que alguien me cuide, porque no todos los días me siento capaz de cuidarme sola...que me aterra enamorarme y no poder evitar que mi corazón se desnude de tal manera que no pueda esconder el camino a él -

Después de aquel ataque de brutal sinceridad, me sentí abrumada por reconocer lo que tanto he negado innumerables veces...mi soledad y yo no nos llevamos tan bien como todos creen (y quizás en este mismo instante esté odiándola). En aquel momento sólo pude cerrar los ojos, escuchar la música en mis oídos y llorar.

lunes, 11 de abril de 2011

Un año y diez meses... un mes... ¡qué importa cuánto, tiempo es tiempo!

Día extraño el de hoy, partiendo por aquel enojo un tanto infantil por su parte, pero bueno, ella es así, y si difícilmente no cambio yo a mis 23 años, difícilmente cambiará ella a los suyos. Tampoco puedo dejar fuera el frío ese que de a poco vuelve a esta ciudad, y esas nubes grises que tienden a robarse mis sonrisas, pero hoy no, al menos no las más sinceras. Pero, ¿en qué estaba yo? ¡Ah, sí! En eso de la extrañeza del día de hoy. Y es que bueno, esta fecha se metió a la fuerza en nuestra memoria colectiva de familia grande, disfuncional y raramente unida; igualito que las agujas me metieron tinta en la espalda. ¿Podía acaso, estar ausente de mi mente esa frase dicha y redicha por miles de bocas a través de los años? No, claramente no...y es que ese es el alimento de los proverbios y los clichés. El primero de los meses que vendrán, y otra vez no fui, y es que debo dejar la cobardía a un lado y reconocer que no puedo... no todavía. Eso sería como tropezarme y caer de lleno en la losa fría, y en esto señores no hay metáfora alguna, sino literalidad pura. Sé que puedo formar un enredo escabroso de letras con tanta cosa rara, tanta coma, tantos puntos suspensivos, y bla, bla, bla, discurso inútil, pero... no hay palabras que sirvan para aclarar, o siquiera intentar explicar lo que hablo; lo siento, y precisamente por eso, porque lo siento. El tiempo se escabulle silencioso en recovecos que tengo bajo llave, y desordena todas esas ideas que tanto me ha costado ordenar. Y seguirá avanzando, eso nadie lo puede evitar, y serán semanas que se transformarán en meses, y meses que serán años, y los nombres de él y de ella permanecerán fríamente tallados en esa placa enterrada en aquel terreno llano. Tal vez una que otra flor los acompañe de vez en cuando, y de cuando en vez la hipocresía se les olvide por un rato y se acuerden de recordarlos. Bueno, si no es por cariño, que sea entonces por gratitud o respeto, o que sé yo la razón que quieran encontrar ellos como excusa a esa falta de memoria que algún día les pesará en el recuerdo. No puedo esconder el rencor (o quizás no quiero), perdón, pero no me pueden pedir tanto en tan poco tiempo. Y otra vez, como burra al trigo con esto del tiempo. ¡Ay! Y es que ese es a veces tan esquivo, lleno de mezquindad en su egoísmo de Dios de Olimpo, de Dios eterno. Pero volviendo a esta terrenalidad rutinaria y absurda ¿no mencionó alguna vez un físico de pelo alocado la relatividad del tiempo? ¡Y qué diantres es eso! Nunca me he llevado bien con los números o las ciencias; les entiendo mucho mejor a las letras, les creo más a ellas, pues son mi fe y son mi credo. Por eso, después de leer lo que alguna vez Shakespeare dijo, o quizás lo que alguien quiso creer que Shakespeare alguna vez dijo, entendí mucho mejor lo que ese señor de pelo extraño a través de sus fórmulas quiso decir: "El tiempo es muy lento para los que esperan, muy rápido para los que temen, muy largo para los que sufren, muy corto para los que gozan; pero para quienes aman, el tiempo es eternidad". Y eso es el tiempo, es fe pura arraigada incluso en los más escépticos, que cambia dependiendo de la persona que se aferre a ella. Cada quien cree lo que le conviene creer, esa es una verdad tan obvia pero tan poco conocida, o quizás conocida, pero poco admitida. Y es que acaso las cosas ¿no dependen del cristal con el que se les mire? Conveniencia, fe y tiempo... ¡todo tiene tanto que ver! Cuando el corazón tiene penas tan grandes, y el día a día duele como nunca dolió antes, el tiempo es sólo pecho estreñido, cabeza cabizbaja y ojos conteniendo como represas el agua salada tras ellos. Aún así, en ese tiempo tan artero y malicioso, algo de esperanza debe respirar. Uno que otro matiz se debe esconder en esa fe tan inherente a su naturaleza relativa, que me haga creer de que más temprano que tarde miel cristalina y dulce, enjugará esa amargura extendida por los años, acumulada aquí en el pecho tontamente durante todo este tiempo... tanta pena en vano, algún día dejará de serlo, y serán sólo recuerdos malos. Y eso sólo... sólo lo dirá el tiempo.

viernes, 8 de abril de 2011

Otra vez...

Y siempre ese tono de sorpresa en su voz, como si los años de costumbre no la hubiesen precavido. Siempre supo que pasaría (¿cómo no?), era sólo cuestión de tiempo; cuando se desayuna pólvora, sólo se puede cenar desastre. Otra vez esa maldita angustia en el pecho, y esa cabeza suya que no ayuda para nada, enredando todo como si ya no fuese demasiado. 


- No sé qué hacer... -


Cuántas veces no se cruzaron esas palabras por su mente, cuántas veces no intentó darle respuesta a todas esas preguntas absurdas que la perseguían (sí, siempre, sí). Pocos años recorridos, pero siempre le han parecido una vida entera. ¡Ay! Tan ajena a todo en este mundo, menos a la pena, menos a esa acumulada a látigazo duro en esa pobre espalda tan lastimada, que tiembla de puro miedo a que otro fuetazo llegue y que el dolor le atraviese la carne, hasta calarle sin remedio alguno los huesos ya astillados y el alma ya quebrajada. Y el día pesa, y el día brilla, se le ciega la vista...y es que tanta luz es dañina luego de noches eternas encerrada en sí misma.

lunes, 4 de abril de 2011

Para la muchachita saturnina bajo el sauce de enero

El pecho se le apretaba cada vez que en él pensaba. La pena le inundaba aquellos taciturnos ojos de invierno, con tan sólo susurrar su nombre.  En su cabeza rondaba esa venenosa pregunta innecesaria: "¿Será él acaso, a quien con tanto afán esperé?". Se debaten su mente y su corazón entre respuestas monocromáticas. Y teme de no tomar la decisión correcta. La soledad ya cruel juega en las trampas laberínticas de la pena. Sal que encurte la enmarañada piel de seda, rasgándola con miserias ya sin fe. Y siente que la vida le duele, que se le escapa sin más nada que hacer. Dolores nocturnos que empapan los sueños más profundos de alguna soñadora lejana de los confines inertes de la prórroga insensata. Se llena de vejez no el cuerpo, sino en el alma de hiel envenenada. Tinta negra en sus dedos, manos de dama solitaria que escribe versos de nocturnos y sonatas. Sentimientos disueltos en aquella almohada, mojada con salmueras eternas, ya cansadas. Y la tinta no se acaba, remanece perpetua no sólo en una página violentada por una pluma; remanece amarga y oscura en la psique enferma de amor sin cura. Por favor omite aquel abismo de tiempos perdidos, olvida aquella sima inundada de pesadillas con piel de desvarío. Esperanza silverada que divaga de noche para dormirse en aquella espalda marcada. Y ella no la oye, no la abraza. Rara belleza negada a sí misma, que no es capaz de amar ni a su sangre ni a sus entrañas. Duerme entonces niña de invierno frío, mujer de verano perdido. Olvida el dolor que tañe insistente en aquel caserío, deriva tu mente al campo y deja que allí se entierren vuestra pena y vuestro llanto. Sonríe sincera, deja que se te llene el pecho de miel, permítele a la lluvia de otoño rozar tu piel. Destruye el muro que se levantó de  puro orgullo, pon al Sol ese hielo profundo que te congela el corazón. Engalana la vida con valentía y ¡qué importa si tienes temor de enfretarte a esa nada llena de indomables sentimientos y ardiente emoción! Al menos estás viva, aún te late aquel frío y altivo corazón. Sumerge la sutileza de tu inteligencia en las palabras que te salen del alma, permíteles vivir bajo la profundidad misteriosa de tu lozana mirada. Descansa en esa oscura posada que te alberga aletargada, pero no le abras la puerta a la desazón, sólo deja pasar a la calma. Llora si se te aflige la existencia, deja que se evapore esa agua envenenada, pues ya lloverá el invierno y agua dulce regará las semillas hace muy poco sembradas...



Anda muchachita de enero... no doblegues tus dañadas rodillas, al peso de las penurias acumuladas en tu espalda lacerada y adormecida.

viernes, 1 de abril de 2011

Palabras...composición en unísono y a la distancia

Que sean las letras las que nos expien de penas y pecados. Que sean las letras las que nos lleven a lugares de los que diariamente pasamos inadvertidos. Y que sean ellas las que disuelvan la amargura, y devuelvan lo llorado con sonrisas plenas. Expresando con total impunidad lo que una boca calla ante las querellas del razonamiento.






Jael Díaz Ubilla y Elías Días © 2011. Todos los derechos reservados para mi buen amigo y yo.