sábado, 10 de diciembre de 2011

Subyugada...

Se dice que el ser humano es animal de costumbre; siempre lo creyó así... siempre lo ha vivido así. A lo bueno no tiende a acostumbrarse, sino a lo malo, y peor aún, a lo malo tiende a aferrarse. Nadie le creería al decir que trata, quizás nadie entendería su voluntad doblegada al llanto. Hace tanto ya que fue esa niña la que solía revolotear por estos lados; siempre sonriendo, tan cálida y amable como sol de otoño, tan colorida como los brotes de primavera. Y el tiempo sólo vela por un rato, pues pronto olvida y entierra en el pasado. ¿¡Cómo diablos llegó a cambiar tanto!? ¿¡Cómo mierda pudo una flor marchitarse tanto!?. Hoy sólo existen penas y ojos cansados, hoy sólo hay una mujer tan fría como un amanecer del oscuro remanso. Ausencias eternas que queman en lo más profundo de su corazón atribulado. Recuerdos en grises y sepia que solían ser su bastión en un verde prado. Se vino todo abajo, se quebrantó esa alegría de antaño. Suelen oír sus oídos cuan linda es aquella mezquina sonrisa en su rostro; peticiones acumuladas como plegarias por ver esa estrella fugaz que combina tan bien con sus profundos ojos cafés, tan misteriosamente rutilantes. Pero también se acumulan reproches en su mente, en su piel y en sus brazos. Princesita de hielo que de princesa no tiene nada, sólo el hielo en su tiara. Piel de leche ajada como harapos viejos que de tanto uso se disuelven en el viento. Falta de ternura, inexistencia de amor al tacto... en fin, tantas cosas que en ella fueron, pero que quizás nunca más serán, pues el dolor persiste, y más aún su llanto amargo y salado.



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