martes, 9 de agosto de 2011

Inconexa

Como polvo de cristal roto me entrego
casi sin voluntad al viento.
Soy barro en medio del pasto
ya no húmedo sino mojado.

En el suelo tirada como guijarros rotos
olvidados a un lado del camino.
Una noche insensata me acoge
con brazos de tímida lluvia.

Y con el frío que me cala más mi alma gastada
que mis huesos roídos por la amargura,
comienza este triste desvarío
en el que yo sólo te anhelo,
en el que yo sólo te ansío.

Mi orgullo se desvanece contigo,
¿qué poder ejerces sobre mí hombre rústico,
que me lanzo al más recóndito vacío?
Perdida por tu violenta calma,
redimida por tus ojos de infinita agua.

Noche de terciopelo tan cruenta y desalmada,
traes su presencia a mi regazo temeroso,
abriendo mis heridas aún no sanadas,
de puro dolor por silencio a mansalva.

Mi brújula ya no apunta al norte,
soy en la nada una veleta perdida,
que se esconde como ondina en el mar,
huyendo del corazón que le toca arrastrar.

No hay mal que el amor no cure,
ni hay cura para el mal de amor,
pero yo prefiero matar al perro,
pues así se acaba de una vez la rabia venérea,
aunque deba tomar el rol de perra sin corazón.

Las disculpas se resbalan de mis labios,
tan pálidos y lánguidos de ausencia,
como plantas sin agua, sol ni tierra.
Mis errores cada día más pesan sin clemencia,
y no soy capaz de remendar mi tormenta.


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